Quemamos y enterramos nuestros propios libros.

En pleno terror, todo objeto era comprometedor. Poseer un libro, una agenda con un nombre inconveniente, un elemento que pudiera identificar ideológicamente a su dueño podía convertirse en un pasaporte a la tortura y a la muerte.

En estas circunstancias, muchos nos vimos obligados a quemar nuestros libros, a enterrarlos, a dejarlos abandonados en bolsas de residuos en cualquier esquina, por miedo a ser descubiertos con ellos en nuestro poder. Nosotros, la generación que vivió la dictadura, quemamos nuestros propios libros, una parte de nuestra identidad personal.

Hay una imagen fílmica muy conocida de los nazis quemando libros en una pira durante la Noche de los Cristales Rotos en Berlín. En la Argentina, no fue necesario que otros quemaran nuestros libros, aunque eso también haya ocurrido. Los quemamos nosotros mismos, por miedo.

Estos cuatro libros fueron enterrados durante la dictadura militar. Permanecieron bajo tierra durante casi veinte años, en el jardín de la casa de Nélida Valdez y Oscar Elissamburu, en Mar del Plata. Gozaron de digna sepultura, un privilegio que no tuvieron muchas de las víctimas de la dictadura. Hoy, desenterrados por sus hijos, son un testimonio de lo que tuvimos que pasar. Estos libros no pueden cumplir la función para la que fueron concebidos. Sus hojas, palabras y signos se han convertido en la memoria de lo que fueron y en testimonio rescatado por una nueva generación.

Estos textos rescatados del olvido se pueden leer de muchas manera, como una Rayuela extraída – con permiso de Julio (1) – de su tumba. Son palabras silenciadas que han vuelto a ver la luz y que procuran mantener su significado. Legibles al fin, recompuestas, resurrectas de la tierra tras su abandono, buscan nuevamente a su lector.
(1) Julio Cortázar (1914 -1984) escritor argentino, autor de la novela Rayuela, entre muchos otros libros.

Feria del Libro I y II:

En abril de 2000, el Fondo de Cultura Económica me invitó a exponer Los condenados de la tierra en su stand de la Feria del Libro de Buenos Aires. El Fondo y Siglo XXI, dos editoriales mexicanas que publicaban libros muy leídos en la Argentina en la década del setenta, habían editado varios de los títulos que forman parte de la instalación. El logotipo del Fondo es aún claramente visible en los trozos de papel desenterrado.

Feria del Libro (IIIa) y III(b):

Los libros permanecieron expuestos durante toda la Feria y llamaron la atención del numeroso público. Fotografié a los espectadores mientras miraban la instalación y recordaban con dolor los ejemplares de su biblioteca que habían enterrado, quemado o abandonado en las calles.

Me llamó especialmente la atención el momento en que un padre explicaba a su hijo por qué enterró sus libros, una explicación que tal vez resultara difícil de entender para un niño.

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